No solo mano de obra: la compleja realidad de los trabajadores inmigrantes informales en EE. UU.
Por: Alberto Kok
En el corazón de los campos agrícolas de California,
en los andamios de construcción de Texas o en las cocinas y lavanderías de
Nueva York, millones de inmigrantes informales sustentan silenciosamente la
economía de Estados Unidos. Sin embargo, rara vez son reconocidos más allá de
su funcionalidad económica. El debate público y político tiende a reducir su
existencia a estadísticas o amenazas, sin atender a la humanidad, complejidad y
contradicciones estructurales que configuran su presencia.
Hoy, más que nunca, se impone una mirada integral que
rompa con esa lógica instrumental. Los inmigrantes informales no son engranajes
desechables del engranaje económico; son personas que viven, resisten y
contribuyen a un país que, paradójicamente, depende de ellos mientras los
margina.
Sostenes invisibles de la economía
estadounidense
El rol económico de los trabajadores inmigrantes
informales es irrefutable. En sectores como la agricultura, constituyen hasta
el 70% de la fuerza laboral. En la construcción, representan casi un tercio de
los trabajadores, y en servicios esenciales como la hostelería, la limpieza o
el cuidado doméstico, su presencia es fundamental.
Pero su contribución va más allá del trabajo físico.
En regiones que enfrentan un fuerte envejecimiento poblacional, como el Medio
Oeste, los migrantes revitalizan comunidades enteras, sostienen el consumo
local y permiten que servicios públicos como escuelas o sistemas de salud
continúen operando, aunque a menudo ellos mismos tengan acceso limitado a esos
servicios.
A escala global, su impacto también es significativo:
en 2023, los inmigrantes enviaron más de 70.000 millones de dólares en remesas
a sus países de origen, fortaleciendo economías dependientes mientras Estados
Unidos se beneficia de su energía productiva.
Realidades sociales: vulnerabilidad y
resistencia
Esa utilidad económica contrasta con una realidad
marcada por la precariedad. Sin estatus legal, millones de trabajadores quedan
expuestos a abusos laborales —salarios ínfimos, jornadas extenuantes sin
compensación, ausencia de protección ante accidentes— y a barreras insalvables
para acceder a educación, salud o justicia.
Pese a ello, construyen comunidad. En barrios latinos
o asiáticos, contribuyen a un tejido cultural vibrante, diverso y resiliente. A
través de redes informales de ayuda mutua, cajas de ahorro comunitarias o
pequeños emprendimientos, desarrollan estrategias de supervivencia que no solo
les permiten subsistir, sino aportar valor social y económico.
Contradicciones de un sistema que los
necesita y los castiga
Estados Unidos enfrenta una paradoja persistente: su
economía se beneficia estructuralmente de la mano de obra inmigrante informal,
mientras su sistema político la criminaliza. Empresas que durante años han
contratado a trabajadores sin papeles son escenario de redadas del ICE.
Legisladores que reconocen la necesidad de esa fuerza laboral bloquean reformas
migratorias esenciales.
El impacto económico de la inmigración irregular ha
sido objeto de estudio. Informes del National Academies of Sciences
confirman que no solo es mínimo el efecto sobre los salarios de los
trabajadores nativos, sino que a largo plazo puede ser positivo. Aun así,
persiste la narrativa de competencia y amenaza.
La raíz del problema no está en los trabajadores, sino
en políticas migratorias obsoletas. Los sistemas de visas no se ajustan a la
demanda real del mercado. Las cuotas para empleo agrícola son insuficientes. La
falta de vías legales obliga a miles a vivir en la informalidad.
Más allá de la economía: una cuestión de
derechos humanos
La pandemia de COVID-19 dejó una verdad al
descubierto: mientras el país los consideraba “trabajadores esenciales”, los
excluía de ayudas federales. La dignidad de su labor contrastaba con la falta
de derechos elementales como sindicalización, protección legal o acceso a
salud.
Proyectos legislativos como la PRO Act buscan
revertir esta situación, pero enfrentan oposición política feroz. A ello se
suma el daño de las narrativas xenófobas, que insisten en describir a los
migrantes como “cargas” o “invasores”, ignorando su contribución fiscal,
cultural y comunitaria.
Conclusión: construir políticas con rostro
humano
Los trabajadores inmigrantes informales son mucho más
que números en una estadística o manos en un campo de cultivo. Son seres
humanos que encarnan las contradicciones de un sistema que los necesita, pero
no los reconoce plenamente.
Reconocer su rol exige:
- Desmontar
los mitos sobre su impacto económico.
- Señalar
las responsabilidades institucionales: desde empleadores hasta
legisladores.
- Diseñar
políticas migratorias centradas en los derechos humanos: regularización,
protección laboral, acceso a salud y educación.
La grandeza de una sociedad no se mide solo por su
productividad, sino por su capacidad de reconocer y proteger la dignidad de
quienes la sostienen desde abajo. En ese sentido, los inmigrantes informales no
son un “problema” que resolver, sino una realidad que abrazar con justicia.
Fuentes consultadas:
National Immigration Forum, Migration Policy Institute, Economic Impacts of
Immigration (NAS, 2017), Center for American Progress.
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